miércoles, 12 de septiembre de 2007

¿Qué significa ser “revolucionario”?*

"Que ningún ser humano tenga derecho a mirar desde arriba a otro, a no ser que sea para ayudarlo a levantarse."

-Gabriel García Márquez

Esta es, quizá, la pregunta más difícil de responder de todo el ideario socialista. En un sentido, dar la respuesta desde las consignas es bastante simple: quien cumple con ciertas indicaciones de manual puede ser considerado un revolucionario. En esa línea, está claro que es “revolucionario” aquel que sigue ciertos principios políticos y éticos que tienen que ver con la igualdad, la solidaridad, la búsqueda de la justicia. Pero sabemos que la realidad es mucho más compleja, y un carnet de afiliado a algún partido de izquierda o el uso de cualquier ícono cultural considerado revolucionario (una camisa con el rostro del Che Guevara, la audición de ciertos músicos -Alí Primera, Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez-, la lectura de ciertos autores -García Márquez, Bertold Brecht- o alguna determinada manera de vestir: zapatillas Nike no, pero sandalias de cuero sí, etc.), nada de eso es garantía definitiva. Además -es una cruda realidad que nos tiene que llevar a revisar autocráticamente todo esto- no es inusual encontrar infinidad de prácticas nada revolucionarias en el seno de las organizaciones proclamadas revolucionarias. Pareciera que, de momento al menos, todos los seres humanos estamos cortados por la misma tijera, y las disputas por el poder, el sentirse más que otro, la exclusión en infinidad de formas, la mentira, la corrupción, no se extinguen con la pertenencia a una organización de izquierda.

Quizá en un sentido habría que comenzar por decir, para darle visos de realidad a lo que se quiere transmitir, que nadie, a nivel individual, es en sí mismo un revolucionario. Nadie lo es, y para que nos quedemos tranquilos, nadie puede serlo en esencia. Las revoluciones (que son siempre complejísimos procesos con diversas aristas: políticas, sociales, económicas, culturales) van más allá de los individuos, nos trascienden. Los seres humanos individuales, en todo caso, podemos estar más o menos a la altura de las circunstancias, y actuar más o menos acorde con un clima revolucionario, pero tal vez es imposible decir quién, cuándo y cómo comienza a ser “revolucionario”.

¿Quién es un verdadero revolucionario? Así formulada, la pregunta no deja de tener una pesada carga moralista, casi religiosa, que prácticamente no ofrece salida. ¿Habrá que ser un iniciado en los principios de la revolución para llegar a ser un verdadero revolucionario? ¿Hay que cumplir a cabalidad ciertas normas que garantizan que uno se gradúa de revolucionario? ¿Dónde está escrito ese decálogo? Si uno no toma Coca-Cola pero escucha Michael Jackson o Shakira es medianamente revolucionario…, pero si no toma Coca-Cola y además escucha a Pablo Milanés, es absolutamente un revolucionario. Puede parecer grotesco, pero sabemos que estos valores, esta forma de entender el mundo, muchas veces (¿siempre?) así funcionan en el campo de la izquierda.

En buena medida el ámbito de lo que entendemos por revolucionario se ha ido forjando de esta manera, como un abierto desafío -casi rebelde en muchos casos- a los valores consagrados de la sociedad capitalista. Si lo “normal” es tomar Coca-Cola sin abrir crítica, lo revolucionario es no tomarla. Pero aunque grotesco en algunos casos, de eso se trata una revolución: de romper los moldes, de cambiar todo, de poner en marcha algo nuevo. Lo cual, como todo proceso nuevo, no está libre de exageraciones, abusos, manierismos.

Y ahí radica justamente el problema: ¿hasta dónde, cómo, de qué manera se da ese cambio? Revolución socialista es, en definitiva, el proyecto del más grandioso cambio en la civilización a través de la historia. Se trata de la puerta de entrada a una sociedad donde es abolida la propiedad privada, y por tanto, las clases sociales. Lo cual abre un mundo de valores totalmente novedoso: se terminarían las jerarquías, ya nadie sería superior a nadie, nadie miraría desde arriba a otro. Pero sabemos que eso es, hoy por hoy al menos, una hermosa petición de principios, y no más. No queremos decir que todo ese ideario sea como las estrellas: “inalcanzables, aunque marquen el camino”. La utopía social, en tanto búsqueda de lo que no está en ningún lugar concreto pero que impulsa a continuar seguir buscándolo, es la más noble de las ideas de cambio, es la energía inacabable que hace que las sociedades estén en perpetuo movimiento, en mejoramiento, en avance. Y es innegable que la aspiración de la revolución socialista -que en el pasado siglo apenas dio sus primeros y balbuceantes pasos- es el afianzamiento de ese espíritu revolucionario, trasformador, rebelde, productivamente irrespetuoso. Espíritu que, para autoafirmarse, necesita de ciertos íconos culturales: de ahí que hay una “manera de vestir” revolucionaria, una pose revolucionaria, un folklore revolucionario. Aunque, claro está -y como en toda construcción humana- no faltan los excesos absurdos, los planteamientos más formales que cargados de contenido, los fanatismos incluso. Consideremos esta paradoja: Lenin vestía con camisas de seda, y alguna vez interrogado de por qué lo hacía, su respuesta fue “yo lucho para que todos puedan usar camisas de seda.” ¿Era o no un revolucionario este ruso conductor de la revolución bolchevique?

Una vez más, entonces: ¿existe efectivamente un tal espíritu revolucionario? ¿Podemos cada uno de los seres individuales que nos comprometemos con estos principios de transformación social, ser en verdad “revolucionarios”? ¿Se trata de no tomar Coca-Cola, escuchar la Nova Trova cubana o no faltar a ninguna marcha chavista en Venezuela para ser un revolucionario? ¿Se trata de cumplir con íconos, con seguir un pretendido manual, o es otra cosa? ¿Cuándo se tiene la certeza de ser un revolucionario? ¿Quién la da?

Ernesto Guevara, según lo que podemos leer en su diario personal, calificaba a sus compañeros de célula estando enmontañados en las selvas bolivianas, determinando sus conductas revolucionarias. Dado que eso lo hacía el legendario, mítico “Che”, nada agregamos al hecho; pero si la calificación la hace el jefe de personal para ver el compromiso de cada trabajador con la empresa evaluando quién es “más” colaborador, seguramente ponemos el grito en el cielo. ¿Está alguien autorizado por “más” revolucionario a determinar quién cumple más a cabalidad con el perfil de luchador social? ¿O hay ahí, aún a riesgo de cuestionar ese ícono intocable que es la figura del “guerrillero heroico”, una asignatura pendiente con la nueva ética que la revolución pretende instaurar? ¿Era Ernesto Guevara más revolucionario que sus compañeros de lucha? ¿Se puede medir lo revolucionario de una persona? Pero el Che fumaba, y así lo vemos en todas sus fotos. ¿No es ese un patrón de consumo capitalista? ¿No es eso un producto cancerígeno que debemos eliminar de una buena vez por todas? ¿Cómo podríamos fotografiarnos fumando? ¿Y no abandonó a su familia en Cuba para irse a luchar al Africa? ¿Es ese un mensaje revolucionario o fomenta la paternidad irresponsable? Una vez más: ¿cuándo y cómo se gradúa uno de revolucionario? ¿Quién otorga el diploma?

Probablemente en todo esto arrastramos en la izquierda un prejuicio moralista, que quizá es muy difícil -o imposible- desechar, pero que debe ser considerado: las revoluciones implican monumentales cambios en las relaciones económico-sociales y políticas, pero las transformaciones subjetivas son infinitamente más lentas, dificultosas, tortuosas. Hay ahí un límite infranqueable que ningún manual puede superar. Aunque pareciera -ahí está el prejuicio ¿o ilusión?- que un decálogo para la acción sí pudiera dar el camino. Obviamente, eso tranquiliza: siempre son bienvenidos los libros sagrados. ¿Y qué diría ese decálogo: se debe o no usar camisas de seda? ¿Se debe o no fumar? ¿Está bien abandonar a los hijos para ir a trabajar por la revolución en otro país? ¿Y qué hacemos con un camarada que escucha Shakira? ¿Y si alguien toma Coca-Cola? Complejo, ¿verdad?

Esto no significa que no sea posible el cambio; obviamente no. Si no fuera posible, las sociedades humanas jamás hubieran evolucionado, y justamente la historia es una interminable sucesión de cambios, de mejoramientos en la situación cotidiana. Pero los cambios profundos en la subjetividad son más lentos, muchísimo más lentos de lo que pretenderíamos. Valga decirlo con este ejemplo: en el momento de la anexión de Austria por las tropas nazis cuando comienza la Segunda Guerra Mundial, Sigmund Freud, judío, padre del psicoanálisis, por ser un prestigioso personaje de fama mundial fue perdonado y no marchó a los campos de concentración. Pero sí fue condenado al destierro. En el momento de abordar el avión que lo trasladaría a Londres donde poco tiempo después moriría, dijo con ácida mordacidad: “en la Edad Media me hubieran quemado a mí; hoy día queman mis libros. No hay dudas que como especie hemos progresado.”

Los cambios revolucionarios, o más simplemente: los cambios culturales en las grandes masas humanas, son procesos lentísimos. Rusia, después de décadas de construcción socialista, desintegrada la Unión Soviética presenta aún guerras étnico-religiosas. ¿Sería para pensar que el socialismo es entonces inviable, o es que lo dicho por Einstein parece más que exacto?: “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. A mucha gente de la izquierda española ya de alguna edad… le sigue gustando las corridas de toros. Obviamente la revolución es más que la toma del poder político. Por lo que eso plantea la pregunta: ¿qué es ser un revolucionario? ¿Se lo puede ser de verdad a nivel individual, o las revoluciones son grandes momentos de hecatombe social a las que podemos sumarnos y alentar? ¿Un revolucionario “de verdad” qué debe hacer en relación a las corridas de toros? Más aún: ¿hay revolucionarios “de verdad”? ¿Quién los designa?

Las primeras experiencias socialistas del siglo XX deben ser muy hondamente estudiadas para no repetir los mismos errores. No quedan dudas que hay mucho por revisar ahí. De ningún modo fracasaron; fueron los primeros intentos, sólo eso. La historia no ha terminado. Algo que debe ser abordado con la más profunda actitud autocrítica es el tema de lo subjetivo y la nueva cultura, la nueva ética que se forjó. Es bastante significativo que en distintas latitudes donde asistimos a estos experimentos de nuevas sociedades se repitió un mismo molde: los “revolucionarios” de arriba fijaron las pautas que la masa “no-revolucionaria” debió seguir. En otros términos: siguió habiendo arribas y abajos. Si alguien puede calificar, poner notas, decir quién es “más” y quién es “menos”… ¿no se ratifica entonces que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”?

Los distintos procesos socialistas conocidos de momento, en mayor o menor grado dieron respuestas positivas a los problemas básicos de las sociedades donde surgieron: mejoraron las condiciones de vida, terminaron o redujeron drásticamente la exclusión social, dignificaron a los históricamente más postergados. Todo esto es innegable. Pero siguió siendo débil aún la modificación de los principios y valores culturales del día a día. Setenta años después del triunfo bolchevique de 1917 en Rusia, reaparecieron con sorprendente velocidad valores capitalistas, individualistas y reaccionarios que se suponían enterrados décadas atrás. Y algo similar sucedió en China con la reintroducción de mecanismos capitalistas, surgiendo de la noche a la mañana una nueva casta de millonarios imitadora de los más cuestionables valores del consumismo occidental. Y lo curioso: todo eso se dio fundamentalmente en cuadros de los respectivos partidos comunistas. Lo cual abre una vez más la pregunta de qué significa ser revolucionario. ¿No lo eran todos estos militantes rusos o chinos? ¿Tenemos que llegar a la patética conclusión que los revolucionarios verdaderos son sólo los líderes de estos procesos: Lenin o Mao Tse Tung para el caso? ¿No es, entonces, demasiado estrecho el concepto de “revolucionario”? Porque estos grandes personajes de la historia, o Fidel Castro, o Ernesto Guevara, o Hugo Chávez, no son la medida del ciudadano normal, cotidiano, de a pie, el sujeto social real de la historia, ese que, siempre en porcentajes muy pequeños sobre la generalidad, abraza a veces las ideas socialistas y milita activamente desde algún frente, o que mucho más comúnmente sigue los acontecimientos por la televisión…luego de ver el juego de fútbol.

Lo cual no debe avergonzar a nadie: esa es la normalidad habitual. La gran mayoría de la gente pasa su vida en la búsqueda de la sobrevivencia económica y no se interesa mayormente por cuestiones políticas. Al menos, así ha sido hasta ahora. ¿Pero son los revolucionarios, entonces, sólo los que pueden llegar a tomar parte activa en la historia? ¿No son las masas las que hacen la historia? ¿Y en qué medida se es más revolucionario: cuánto más se milita, cuánto más se compromete en la estructura de un partido político, cuanto más uno se eleva en la calificación que podría otorgarle el Che por acciones heroicas? Entre esa gran masa que prefiere -por una sumatoria de motivos- acompañar los acontecimientos un poco de lado, muchas veces sin ser parte activa, ¿no hay revolucionarios entonces? En el recién creado Partido Socialista Unido de Venezuela, de los casi seis millones de inscriptos como aspirantes a militantes sólo un millón y medio participa en las discusiones de base en las asambleas populares. ¿No son revolucionarios todos aquellos que no llegan a esas reuniones?

Quizá se filtra en esta concepción del partido de vanguardia y del revolucionario como vanguardia un prejuicio intelectual, iluminista por último, solidario de la racionalidad europea en que nace el marxismo, y que se ha venido arrastrando en estos dos siglos de luchas sociales y de ideario socialista: el revolucionario es siempre alguien que está adelante, alguien que está más allá que el común de la gente (y por eso puede calificar a sus seguidores). Si así lo aceptamos -y es lo que ha venido haciendo la izquierda por largos años con todos los partidos ¿revolucionarios? que creó, siempre como organizaciones de cuadros con estructuras verticales, jerárquicas, partidos de iluminados que iluminan a la masa más “atrasada” (la alegoría platónica de la caverna sigue viva después de dos milenios y medio…)- si así entendemos la idea de “revolucionario”, dejamos muy por lo bajo la potencialidad del pueblo.

Tal vez es cierto que los grandes cambios sociales, las cataclísmicas transformaciones que implica un proceso como la construcción de una nueva sociedad socialista, deben ir de la mano de grandes conductores. Eso es, al menos, lo que la historia de todas las revoluciones socialistas conocidas hasta ahora nos indica: ¿sería posible la revolución cubana sin Fidel, o la vietnamita sin Ho Chi Ming, o la venezolana sin Chávez? Todo indica que no. Lo cual obliga a la reflexión -que no abordaremos aquí, pero que sin dudas es una asignatura pendiente de importancia capital- sobre por qué se repite siempre ese fenómeno: ¿necesitan los grandes cambios sociales la garantía de grandes figuras?

¿No pueden los pueblos ser revolucionarios? Pareciera que a veces, en un determinado momento histórico, los pueblos se tornan revolucionarios, se desatan, rompen las trabas ancestrales que los atan; pero luego vuelven a su calma conservadora. Los pueblos, como masa, no pueden vivir eternamente en actitud revolucionaria; las sociedades requieren de cierta estabilidad rutinaria para mantenerse. Las revoluciones son momentos puntuales, grandes quiebres que rompen la cotidianeidad con las que se da un paso delante de no retorno. Lo que nos lleva a pensar: ¿esto de ser revolucionario, es un oficio entonces? Palabras más, palabras menos: eso significa partido revolucionario de cuadros, que es lo que han venido siendo todos los partidos de la izquierda en estos largos años de lucha. Pero, ¿y dónde queda entonces el poder popular?

El común de la gente en su gran mayoría, todos los días, no vive en actitud revolucionaria. ¿Podría hacerlo acaso? ¿En qué consistiría eso? ¿Tener los ojos abiertos y no permitir que le manipulen? ¿No hacerle caso a los valores que promueven los medios masivos de comunicación? ¿Debería vivir en estado permanente de asamblea deliberativa? ¿Debería dejar de tomar Coca-Cola? ¿No escuchar Shakira? Una vez más entonces: ¿qué significa ser revolucionario? ¿Se traiciona la causa revolucionaria si se usa una camisa de seda, si se fuma o se toma Coca-Cola? ¿Sí o no? ¿Cuándo se empieza a dejar de ser revolucionario: si se usa ropa Nike? ¿Dónde está ese límite?

El problema, ya lo dijimos, es endemoniadamente difícil, porque no se trata sólo de ir a una concentración política masiva con la pancarta del caso y con eso tener asegurado el estatuto de “revolucionario”. Por otro lado, esa imagen de militante absoluto que no come Mc Donald’s ni toma Coca-Cola no es una garantía total de “pureza” revolucionaria, de cambios sin retorno, porque a veces, conseguido algún cargo de dirección (en alguna organización popular, en la administración política del Estado, etc. -la historia nos lo enseña con demasiada frecuencia-) los ideales quedan olvidados y se reemplaza la abnegación militante por las características distintivas del ejercicio del poder tal como hasta ahora lo conocemos: verticalismo, sordera para lo que dice la base, falta de autocrítica… y gustosa aceptación de las comodidades del “estar arriba”. ¿La revolución es hacerle el boicot a las marcas transnacionales? Si es más que eso, si es un cambio profundo en la forma de ser, habrá que tomarlo con mucha paciencia. “Siéntate al lado del río a ver pasar el cadáver de tu enemigo”, enseñaba Sun Tsu hace más de dos milenios.

No debemos dejar de recordar que muchas veces grandes cuadros militantes en su intimidad son tremendamente machistas, homofóbicos, incluso racistas. Es decir: una presentación como revolucionario desde el punto de vista político no implica forzosamente la superación de todas las lacras culturales ancestrales y prejuicios que nos constituyen (por otro lado, ¿por qué habría de implicarlo?) Y además, no todos los que se comprometen con una causa política van a ser militantes inquebrantables según el modelo guevarista. ¿Acaso es posible que un ser humano común y corriente -como somos la absoluta mayoría- viva en ese mundo un tanto artificial de estar militando activamente todo el día? Quienes se comprometen con el trabajo político revolucionario en general son grupos minoritarios: son algunos los líderes comunitarios que encabezan las reivindicaciones barriales, y son sólo algunos trabajadores quienes activan sindicalmente. La gran mayoría acompaña, participa aportando, pero no es la que toma la iniciativa. ¿No es revolucionaria entonces? Así planteadas las cosas, no hay salida. No debemos quedarnos con la limitada idea -moralista en definitiva- de ver quién es “buen” revolucionario y quién no cumple con el manual. Eso sólo ayuda a ratificar prejuicios y paradigmas injustos: el que está arriba y el que está abajo.

Si algo nuevo puede aportar el socialismo, básicamente es el generar una nueva conciencia en el colectivo social para ir borrando la idea de abajo y arriba. De momento, producto de una milenaria herencia civilizatoria, nadie -tampoco los que puedan ser considerados “revolucionarios”, o “más” revolucionarios- escapan a estas matrices culturales: las nociones de arriba, de mejor, de más importante, siguen siendo dominantes. La apuesta es poder desarticular esas formaciones. ¿Cuánto tiempo tomará? No se sabe. Pero sin dudas no será ni rápido ni fácil. La misma noción de “revolucionario”, quizá sin proponérselo, está haciendo una alusión a “esclarecido” y “no-esclarecido” (¿arriba y abajo?)

Y si de algo se trata en esta titánica y fabulosa tarea que es inventar una sociedad nueva a la que llamamos socialismo, es poder llegar a tomarse en serio que sólo habrá real igualdad cuando, como dijo Gabriel García Márquez, “ningún ser humano tenga derecho a mirar desde arriba a otro, a no ser que sea para ayudarlo a levantarse.”



Marcelo Colussi
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55680

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lunes, 20 de agosto de 2007

Resumen de la Exposición de Rabindranath ante la Comision biestamental sobre Reforma del Pregrado

Nosotros expondremos las críticas que se le han hecho a la Reforma del Pregrado desde distintos sectores de la sociedad, esto con el objetivo de aportar distintas reflexiones al debate sobre la Reforma del Pregrado. Estas críticas no representan necesariamente a los estudiantes de Psicología.

Entendiendo a la educación como un lugar para la reproducción de la sociedad, es posible comprender lo inevitable de la implementación de la Reforma del Pregrado en las instituciones universitarias. Sin embargo, esto no justifica aceptar dicha implementación con total pasividad, es necesario cuestionarse sobre los supuestos en los que se fundamenta dicha reforma y tratar de pensar los posibles efectos que puede acarrear en la educación y en la sociedad. Dejando de lado, entonces, la discusión sobre si la globalidad de un proceso es argumento suficiente para aceptar dicho proceso, expondremos distintas reflexiones críticas respecto a la Reforma del Pregrado.


Una Historia de Tratados:

En un artículo de la Revista Interuniversitaria del Profesorado (2004), se reflexiona sobre el peligro de la reforma europea de la educación superior: subordinar sus propios fines al objetivo de lograr una economía altamente competitiva. Señala coincidencias entre las demandas para el aumento de la competencia y los ejes principales que articula la reforma: cualificación versátil, formación continua, cooperación Universidad-Empresa, educación internacional, etc. Se pregunta por quién tiene el volante de una institución que es pensable como un motor de cambio, que cumple las directrices del progreso.


En 1992, en medio de la construcción de la actual Unión Europea, se firma el tratado de Maastricht, en el cual se hace explicita la voluntad de actuar sobre la educción Europea. Los países europeos desean compartir enseñanzas, innovaciones, investigaciones, docentes y estudiantes. Que los estudios cursados en país sean considerados en otros, dando origen al ECTS (Sistema Europeo de Transferencia de Créditos). Ya en 1988, en la Carta Magna de las Universidades Europeas, se habían establecido ciertos criterios: 1) autonomía universitaria frente a los poderes político y económico; 2) mantener la asociación docencia-investigación; 3) fomentar el dialogo; 4) enriquecer culturas; 5) humanismo y saber universal.

Sin embargo, en 1999, la economía se vuelve una motivación para actuar en la educación, a través del acuerdo de Bolonia. Más tarde, en el 2001, el Consejo de Europa reunido en Lisboa, la orientación al mercado se hace más notoria. En un texto de la Comisión de las Comunidades Europeas sustenta que es necesaria una mejor educaión superior para lograr, dentro de la sociedad del conocimiento, los objetivos del Consejo Europeo de Lisboa, es decir, convertirse en la economía más competitiva y dinámica del mundo basada en el conocimiento, capaz de sustentar el crecimiento económico y crear un mayor número de puestos de trabajo de mejor calidad y una mayor cohesión social. En pocas palabras, que Europa se convierta en la economía más competitiva.

La declaración de Graz, en 2003, vuelve a tomar la orientación humanista de la Carta Magna de 1988, pero argumentando que el deseo de una Europa altamente competitiva sólo es posible si se cumplen ciertos requisitos respecto a la sociedad civil, la cohesión social y el acceso a la educación.

Globalización Económica:

Según Alejandro del Valle Gálvez, catedrático de la Universidad de Cádiz, las causas de la creación de la EEES, son una necesidad funcional del mercado y de la realidad social europea de construcción de un espacio público común y a las transformaciones de la transmisión del conocimiento (del “saber” al “saber hacer”). Sin embargo, se siente incapaz de responder a la pregunta de si la lógica de mercado es el único medio para poner a la Universidad al servicio de la sociedad.
Si es cierto que la reforma se orienta a satisfacer las necesidades del mercado competitivo, debiera responder a las demandas de una globalización económica.

El aumento de competencia requiere ciertas habilidades. El mercado global demanda empresas eficaces, tecnológicas y de gran capacidad de adaptación. Esto obliga a ciertas innovaciones a la fuerza de trabajo. Esta última debe ser muy cualificada y versátil, capaz de adaptarse a distintas situaciones (como también señala Irigoin respecto a la reforma del Pregrado de la Universidad de Chile) y debe tener un interés de incluirse en un proceso de formación continua, autoaprendizaje y adaptación.

Como señala Irigoin, la relación de la educación superior y el trabajo requiere una universidad atenta a las necesidades del entorno, a las demandas de los empleadores y a las expectativas laborales de los estudiantes. Considerando la veracidad de estas palabras frente a la sociedad actual, es bastante riesgoso reducir las necesidades del entorno a las demandas de los empleadores.

Las demandas del mercado descritas anteriormente, se satisfacen con algunos ejes de la reforma: 1) Cualificación versátil a través del modelo de competencias (modelo Tuning) que además permite las prácticas interdisciplinares, teniendo como propósito la comparabilidad de las carreras universitarias y un sistema comparable de titulaciones; 2) Formación continua que permite a la fuerza de trabajo especializarse más, siendo más eficaz en el ámbito en el que se desenvuelve (aquí surgen problemas relacionados con el financiamiento y la (in)flexibilidad laboral); 3) cooperación Universidad-Empresa, vista como una necesidad para mejorar la educación. 4) Movilidad, ya que bajo el argumento de un “reconocimiento mutuos” entre los cursos impartidos en distintos países, se trabaja con conceptos originados de la libre circulación de mercancías y servicios, aplicando una lógica de mercado a los estudios universitarios.

Hacer predicciones es algo aventurado, sin embargo es necesario pensar otros posibles efectos a los descritos por la defensa institucional de la Reforma del Pregrado inspirada en la reforma europea.


Tecnificación:

Preocupa que como resultado de esta misma reforma el perfil de psicólogo que promueve la universidad corresponda al de un técnico, cuya principal finalidad sea su incorporación en el mercado laboral y por tanto se privilegien el desarrollo de conocimientos orientados a satisfacer demandas empresariales en desmedro de aquellos que puedan favorecer a la sociedad en su conjunto. Además que esta tecnificación de las carreras enfatiza un aprendizaje práctico por imitación, antes que un aprendizaje por comprensión


Postgrado, generación de conocimientos y acceso:

El que las “habilidades, destrezas y competencias” para la investigación y la producción teórica pasen del Pregrado al Postgrado, hacen del primero un mero trámite para ingresar al mundo laboral. Así se debilita el Pregrado a favor del Postgrado, por el simple hecho de que para las arcas universitarias este último sea mucho más rentable, puesto que dicho proceso se ajusta a la necesidad de adaptarse a una política de autofinanciamiento más que a necesidades derivadas del desarrollo de nuestra disciplina y/o de los estudiantes. En base a esto, se considera poco deseable un proceso en el que el punto de diferencia en la calificación de un psicólogo esté en un título de postgrado, ya que las posibilidades de acceso a este tipo de educación están determinadas principalmente por factores económicos. Además, el que el Pregrado se financie, en parte, a través del Postgrado, legitima de facto la necesidad de que este último sea un negocio. En síntesis, esta reforma lo que hace es tecnificar nuestras carreras, debilitando al Pregrado y limitando nuestro ulterior desarrollo en la disciplina por el acceso al Postgrado, sin que se tengan claras la formas en que como alumnos podremos financiar dicho acceso. De esta forma el desarrollo de nuestra disciplina quedará en manos de quienes tengan posibilidades de financiar un magíster o un doctorado y no en aquellos que demuestren a través de sus meritos académicos una mayor capacidad para llevar adelante la tarea de generar nuevos conocimientos.

Formación Continua:

En la medida que los títulos obtenidos en el Pregrado cada día valen menos en el mercado laboral, los estudiantes egresados se enfrentan a la precarización del trabajo, reduciéndose la posibilidad de que puedan acceder a la tan necesaria especialización a través de postgrados. Además, bajo las condiciones laborales actuales, surge la pregunta de en qué momento la fuerza de trabajo podrá acceder a la formación continua que estipula esta reforma. Estas interrogantes, al no ser respondidas, hacen que las expectativas señaladas por las instituciones que fomentan o implementan la reforma parezcan palabras bien seleccionadas para dar una imagen de equidad social, cuando la educación en nuestro país se ha mostrado como un síntoma de las desigualdades sociales vigentes e inherentes al actual sistema social.

Implementación:

No se han muchos estudios respecto a las competencias en Ciencias Sociales (Irigoin). Ni siquiera se contemplan en le proyecto Tuning ¿Por qué se han dejado de lado a las ciencias sociales? ¿Por qué ante este escenario, se decide que la carrera de Psicología sea una de las tres primeras carreras de nuestra universidad en trabajar en pos de una futura implementación de la reforma del pregrado?


Autonomía:

Entre los principios abandonados de la Carta Magna, destaca la autonomía. En el trabajo de Irigoin sobre la Reforma del Pregrado en la Universidad de Chile, se hace la diferencia (no muy claramente) entre competencias laborales, definidas desde el ámbito del trabajo y no desde la educación, y las competencias educacionales. Si la condición para identificar competencias laborales es identificar competencias exclusivamente desde el trabajo, con participación amplia de distintos sectores, es extraño que las competencias educacionales no puedan ser identificadas por quienes diseñan la formación (los docentes, por ejemplo), tal como la misma autora expresa ante la pregunta sobre quién debiera identificar las competencias para el currículo universitario. ¿Por qué quienes participan en el diseño formación, aún en un marco democrático que incluya docentes y estudiantes, por ejemplo, no pueden identificar las competencias educacionales?¿Por qué se reduce la autonomía y libertad de las universidades para diseñar su programa educativo? Si entendemos autonomía y libertad como elementos que no da el sistema, y por lo tanto, elementos de resistencia ¿podríamos no comprender el hecho de que se conserve la autonomía por parte del mundo laboral para identificar competencias laborales y no así la autonomía de las universidades que adoptarían pasivamente una reforma educacional basada en reformas económicas?

En definitiva, a través de la reforma del pregrado se unifica la visión de la universidad, el saber, y su producción desde un lugar ajeno a estas instituciones, cerrando así la posibilidad de participación o contestación bajo el criterio unidimensional de una típica fabrica fordiana.

Siguiendo esta metáfora de la fábrica, cabe destacar que el profesor Jorge Vergara, de nuestra facultad, haya comparado la idea de la evaluación docente a través de la producción investigativa de los docentes con una lógica fabril en la que un trabajador se evalúa por su capacidad de producción. Sin contar además que muchas de estas producciones investigativas corresponden a necesidades del mercado, ya que es una de las pocas maneras que universidades públicas, como la nuestra, puedan financiarse, debido al escaso aporte fiscal que ingresa a nuestra universidad.

Más claro queda la lógica de mercado, al entender que uno de los propósitos que se declaran en la Reforma del Pregrado es el desarrollo de la empleabilidad. Evidentemente, no se puede negar que el desarrollo de la empleabilidad puede ser muy beneficiosa, especialmente para estudiantes pobres que no podrán pagar un postgrado y necesitarán cuánto antes encontrar un trabajos estable. Sin embargo, que no exista una alternativa bien definida al desarrollo de la empleabilidad hace pensar en una lógica que reduce a la sociedad a las empresas. Esto no permite el desarrollo de otros aspectos de la sociedad, relacionados con la cohesión social, por ejemplo, y menos permite el desarrollo de una contestación a los elementos hegemónicos del sistema social vigente, en la medida en que la educación, perdiendo su autonomía, deja de ser un órgano de transformación social.


Subjetivación:

Según el profesor Manuel Silva (de nuestra facultad), el currículum es un dispositivo que moldea sujetos. La Reforma del Pregrado, basado en el Proyecto Tuning que implica una Reforma Curricular, busca algo parecido bajo el concepto de “estandarización de competencias” cuando se propone el objetivo de hacer comparables a las carreras universitarias. Es decir, podríamos hablar de una suerte de “estandarización de sujetos”, en tanto la educación es una institución de subjetivación, que reproduce a la sociedad en un momento determinado. Considerando, entonces, la sociedad en la que vivimos actualmente, es posible considerar que el sujeto que pretende formar esta reforma es el cliente, o incluso, tomando como origen del modelo de competencias en el mundo laboral al concepto de Recursos Humanos, estaríamos frente a una cosificación del ser humano. Si se observa además que la educación se define hoy en día simplemente como un proceso de enseñanza y aprendizaje, y que tal modo de definir la educación evita el debate sobre la subjetivación, se hace urgente la necesidad de problematizar sobre este aspecto del rol de la educación, que al parecer es dejado de lado por la Reforma del Pregrado. La pregunta es ¿qué sujeto es producido por esta nueva Reforma?

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viernes, 27 de julio de 2007

Clubes deportivos vs Sociedades Anonimas

Sería bastante ingenuo negar que el fútbol profesional haya sido y continúa siendo un negocio. Muchas empresas se benefician directa o indirectamente de dicha actividad y en parte esos intereses privados son necesarios para la constitución de dicho deporte como espectáculo. Pero incluso si se reconoce esto, la transformación de los clubes deportivos (CD) en sociedades anónimas (SA) establece un punto de quiebre en el espíritu o más bien dicho el sentido que tiene los equipos de fútbol.


Antes de que se promulgara la ley de sociedades anónimas deportivas, se podría decir los intereses económicos eran secundarios a los deportivos. El aporte monetario que realizan los socios de un CD no se realizan con el fin de obtener ganancias sino con la intención de ayudar a su equipo a obtener mejores resultados. Otra diferencia que presentan los CD con respecto a las SA, se encuentra en la forma en que se distribuye la propiedad de la institución. En teoría, en un CD todos los socios son iguales y por tanto tienen igual peso en las decisiones que se toman dentro de la institución, como por ejemplo la elección de su directiva, mientras que en una SA el peso que tiene cada persona en cuanto a la toma de decisiones está en función del numero de acciones que posea.

Cuando recién comenzaba a escribir estas líneas, lo hacia con la intención de señalar la perdida del sentimiento de pertenencia e identificación implícitos que se da en la relación hincha-equipo en la instauración de esta nueva institucionalidad deportiva y por ende el peligro de perder el factor emocional en el fútbol, dado principalmente por dicha relación. Todo esto a partir del siguiente extracto de una entrevista a Eric Hobswam:

"No soy fanático pero todos somos parte de una cultura futbolística. Lo que digo es que hay un conflicto básico entre la lógica del mercado, una lógica global, y el hecho de que las emociones de la gente están atadas al equipo nacional. Por un lado, los clubes y la competencia entre los principales clubes de los principales países europeos son los que dan el dinero. Pero allí no hay nada nacional (como sabe, hubo un momento en que mi equipo, el Arsenal, no tenía prácticamente ningún jugador nacido en Inglaterra). Para estos grandes clubes, las selecciones nacionales son una distracción. No les gusta prestar a sus jugadores para que entrenen con sus selecciones. Pero las selecciones nacionales tienen que entrenar. Por lo tanto, para los clubes —empresas capitalistas, naturalmente— la selección nacional es una distracción y sin embargo no pueden prescindir de ella porque lo que mantiene al fútbol en funcionamiento es la competencia internacional.”

Sin embargo, el conflicto club vs. selección también se ha dado desde siempre independiente de la forma de la institución deportiva. Además las selecciones nacionales pueden constituirse en escaparate de jugadores para estos clubes-empresas y por tanto también pueden pensarse dentro de una lógica de mercado, la del mercado de transferencias. Por otra parte no vemos que en Europa los clubes-empresa hayan perdido a su hinchada, ni que la gente haya dejado de sufrir o gozar por la suerte de su equipo como lo demuestra los estadios casi siempre llenos del viejo continente. Esto nos hace pensar que en Chile, la cosa no va a ser distinta, pese a las protestas de algunos barristas. El espectáculo deportivo seguirá funcionando tal y como lo ha hecho antes.

No solo en el fútbol podemos ver como a través de un discurso externo se introduce una lógica capitalista en donde los fines originales de cierta institucionalidad quedan supeditados a un interés económico. A esta altura resulta estupido hablar de síntoma, así que solo me limitare a decir que el proceso que vive hoy el fútbol puede enmarcarse dentro de transformaciones más amplias dentro de la sociedad. Lo que cambia no es el fútbol, sino el rol de las personas. A la gente pareciese que resultarle más cómodo jugar los roles impuestos por una lógica mercantil (ya sea el de accionista, el de cliente o de ciudadano) que cuestionarse cual es el rol que debe jugar dentro de la sociedad. El lenguaje y el discurso de los economistas se infiltra aspectos sociales que tradicionalmente no eran considerados un negocio.

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domingo, 1 de julio de 2007

Somos los dueños del mundo*

En las sociedades toscas y brutales, la Línea del Partido es proclamada públicamente, y debe ser obedecida. De lo contrario, uno debe atenerse a las consecuencias. En las sociedades donde el Estado ha perdido la capacidad de controlar por la fuerza, la Línea del Partido no es proclamada. Más bien, es presupuestada, y un vigoroso debate es alentado dentro de los límites impuestos por la inexpresada ortodoxia doctrinaria.

El sistema tosco conduce a una natural incredulidad. La variante sofisticada ofrece la impresión de apertura y libertad, y sirve para imponer la Línea del Partido como algo más allá de toda cuestión, incluso más allá de todo razonamiento. Es como el aire que respiramos.

En el cada vez más precario impasse entre Washington y Teherán, una Línea del Partido confronta a la otra. Entre las bien conocidas víctimas inmediatas están los detenidos iraníes-norteamericanos Parnaz Azima, Haleh Esfandiari, Ali Shakeri y Kian Tajbakhsh. Pero el mundo entero es un rehén en el conflicto Estados Unidos-Irán, donde, después de todo, las apuestas son nucleares.

De manera que no sorprende a nadie que el anuncio del presidente George W. Bush de un “surge” o incremento de tropas en Iraq como reacción al pedido de la mayoría de los estadounidenses de iniciar una retirada, y las aún más fuertes demandas de los (irrelevantes) iraquíes, fuera acompañado de ominosas filtraciones sobre combatientes que actúan desde bases iraníes y que usan en Iraq artefactos explosivos fabricados en Irán. El propósito sería desbaratar la victoria de Washington, la cual es —por definición— noble. Luego le siguió el anticipado debate: los halcones dicen que debemos adoptar violentas medidas contra este tipo de interferencias foráneas en Iraq. Las palomas replican que primero debemos asegurarnos de que la evidencia es verificable. El debate puede continuar sin parecer absurdo siempre que contemos con la tácita suposición de que somos los dueños del mundo. Por consiguiente, la interferencia está limitada a aquellos que estorban nuestros objetivos en un país que invadimos y ocupamos.

¿Cuáles son los planes del cada vez más desesperado compadrazgo que mantiene un estrecho poder político en los Estados Unidos? Declaraciones amenazantes, off-the-record, de miembros del equipo del vicepresidente Dick Cheney han aumentado los temores de una expansión de la guerra.

“Uno no quiere dar argumentos adicionales a los nuevos locos que dicen, ‘vayamos y bombardeemos Irán’ ”, dijo el mes pasado a la BBC Mohamed ElBaradei, director de la Agencia Internacional de Energía Atómica. “Cada mañana me despierto y leo que otros 100 iraquíes, civiles inocentes, han muerto”.

La Secretaria de Estado norteamericana, Condoleeza Rice, que parecería estar enfrentada a los “nuevos locos”, intenta, al parecer, buscar una vía diplomática con Teherán. Pero la Línea del Partido permanece, sin cambios. En abril, Rice habló sobre lo que pensaba decir en caso de encontrarse con su homólogo iraní Manouchehr Mottaki en la conferencia internacional sobre Iraq a efectuarse en Sharm el Sheikh. “¿Qué necesitamos hacer? Es bastante obvio”, dijo Rice. “Paren el flujo de armas a los combatientes extranjeros, paren el flujo de combatientes extranjeros que cruzan las fronteras”. Por supuesto, se refería a los combatientes y armas iraníes. Los combatientes y armas de Estados Unidos no son “extranjeros” en Iraq. Ni en cualquier otro lugar. La premisa tácita que subyace a su comentario, y virtualmente a toda discusión pública sobre Iraq (y más allá) es que somos los dueños del mundo.

*Noam Chomsky en Rebelion.org
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=52676


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domingo, 17 de junio de 2007

Una de las cosas que he escuchado en varias ocasiones a propósito del bajo quórum que suelen tener instancias de participación como asambleas, reuniones y cosas por el estilo; es la molestia generada por la indiferencia de la mayor parte de la gente con respecto a discutir temas que de una u otra manera le atañen a todos. La promesa del resurgimiento de una sociedad civil más fuerte y de la rearticulación de otros actores sociales se asemeja más al cuento de pedrito y el lobo que a una posibilidad plausible en el corto o mediano plazo.

Y el problema esta ahí, dando vuelta sobre muchas cabezas, conceptualizándose de distintas maneras: se dice que es el espíritu consumista, de que se trata de formas de producción de subjetividad que promueven el individualismo, que los mass media y la educación formal inscriben a fuerza de repetición un discurso hegemónico, etc.

Mi opinión al respecto es que esta indiferencia pasa entre otras cosas por la distancia existente entre la cotidianidad de cada persona y lo que se entiende por política tradicionalmente. Si se entiende la política como aquella practica partidista en la que se enmarcan las luchas de poder por el control del estado, reducimos la democracia a su estado actual, es decir, al mero acto de votar cada cuatro años por un presidente, alcalde, o parlamentario. Por ejemplo cuando las figuras políticas hablan de la indeferencia de la juventud (usando la típica muletilla del “no están ni ahí”) lo hacen solo para referirse a la baja inscripción electoral puesto que ellos trabajan bajo esta lógica de que lo político se reduce a las cuestiones macros de la sociedad.

Y en este sentido creo que convendría comentar un poco la cita de anterior de Foucault y señalar por qué la política no nos puede ser indiferente. La respuesta es porque toda relación social es una relación de poder (recuérdese a Ibáñez o la misma Pipper), por lo tanto la política sería coextensiva al entramado social. La política no nos puede ser indiferente, puesto que esta misma indeferencia tiene consecuencias políticas, que por lo general tienden a la conservación del estatus quo o a un cambio que nos sea perjudicial.

Por lo mismo creo que aunque no sea suficiente, la solución a esa indiferencia pasa por hacer consciente la inevitable de hacer política (incluso cuando no se quiera o no se este ni ahí) puesto que hasta la más individualista y egoísta de las personas tiene que reconocer que su propia existencia no es ajena ni independiente a la de otro, otro que no debe pensarse en un abstracción como “pueblo” o “ciudadanía”, sino otro que tenga el nombre y el rostro de las personas con las que compartimos a diario.

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miércoles, 30 de mayo de 2007

Pregunta a propósito del 21 de Mayo

Hace algunos años (se han fijado como paso el tiempo??) cuando nuestro admirado G. Bush decide invadir Irak, la mayoría de las personas que populan esta franja de tierra se manifestó en contra de dicha matanza (llamarlo guerra es un eufemismo). Creo que esto se debió principalmente que, a pesar de todo el discurso oficial sobre las supuestas armas de destrucción masiva y las atrocidades de Saddam, todos entendimos que en realidad lo que se buscaba en dicha invasión era el control de recursos que son estratégicos para la economía estadounidense. Lógicamente a todos nosotros nos pareció que iniciar una guerra solo con el propósito de asegurar el control del petróleo iraquí moralmente es bastante cuestionable si es que no de frentón repudiable. Pero si consideramos que inmoral invadir un país por petróleo, ¿Por qué la mayoría de las personas no considera el mismo juicio moral para tratar el caso de la Guerra del Pacifico? Mi pregunta va por el hecho de cómo se puede compatibilizar la contradicción entre el rechazo a la guerra de Irak y la negativa que se tiene a darle una salida al mar a Bolivia que repare en parte el perjuicio que dicha nación padeció a consecuencia de esta guerra.

Un mismo estado que rechaza ante la ONU la guerra de Irak, pero que recuerda y glorifica los sus victorias en una guerra cuya justificación es tanto o más dudosa: la contradicción es bastante grotesca y burda, por lo mismo bastante llamativa en el sentido de ver como es posible la conjugación de dichos elementos simultáneamente. Uno de los argumentos que siempre he escuchado para negar la petición boliviana, es el hecho de que los territorios fueron conquistados a costa de miles de vidas de soldados chilenos, pero el argumento se muestra en todo su sin sentido cuando recurrimos de nuevo a la analogía con la guerra de Irak… ¿Los soldados muertos legitiman a caso, el uso de los recursos iraquíes por parte del invasor?



Aunque no tengo la respuesta a dicha pregunta (cuya argumentación en todo caso daría para largo) creo que esta se orienta por el hecho de que la mayoría de los discursos cotidianos no responden a una razón lógica sino que se ven afectados fuertemente por una esfera afectiva que en este caso tendría en parte su explicación en los sentimientos nacionalistas que se nos inculcan desde pequeños. Eso a modo de hipótesis, pero prefiero poner el énfasis en la pregunta más que en la posible respuesta (que por ahora no elaboro).

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sábado, 12 de mayo de 2007

Su pregunta es: ¿por qué me intereso tanto por la política? Para responder de un modo muy simple diría: ¿por qué no debería interesarme por ella? ¿Qué ceguera, qué sordera, qué densidad ideológica tendrían que pesar sobre mí para impedir que me interesase por el problema sin duda más crucial de nuestra existencia, es decir, la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas con las que funciona, y el sistema que define las formas habituales de relación, lo que está permitido y lo que está prohibido, que rigen normalmente nuestra conducta? La esencia de nuestra vida está hecha, en último término, por el funcionamiento político de la sociedad en la que nos encontramos. Así pues, no puedo responder a la cuestión de por qué me intereso por la política, únicamente puedo responder preguntándome: ¿por qué no debería hacerlo?... Lo que sería un verdadero problema sería no interesarse por la política

-M. Foucault

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jueves, 19 de abril de 2007

Sobre Generaciones y Críticas



Sin conocer mucho de historia, ni recurrir a conceptos sociológicos como el de la dialéctica marxista, podemos señalar fácilmente que en el desarrollo de las sociedades la tensión entre lo que podríamos llamar provisionalmente “lo nuevo” y “lo tradicional”, está siempre presente y de una u otra manera va configurando el cambio en las relaciones sociales.

Comúnmente se tiende a reducir “lo tradicional” al concepto de folclore, omitiendo el hecho de que el concepto de tradición es un concepto bastante más amplio que se refiere a todo aquello que una generación hereda a otra en términos de subjetividad (la palabrita me ha comenzado a cargar, la uso a falta de otra mejor) como por ejemplo valores, creencias, formas de expresión artísticas, formas de conocimiento, costumbres, etc. Por lo tanto cuando se pregunte por “lo nuevo” y por “lo tradicional”, siempre se debe tener en cuenta la “generación” o la época histórica desde la cual se esta realizando la categorización, en otras palabra, “lo nuevo” y “lo tradicional” no es lo mismo para nosotros que para nuestros abuelos (Ej: la costumbre de ver tele puede ser nueva para nuestros abuelos, pero ya ser considerada tradicional por nosotros, así como la Internet es nueva para nosotros será parte de lo tradicional para nuestros hijos).

Esa distancia generacional, es la que debemos considerar antes de condenar a una generación o criticar una época, pues creo que por una tendencia casi natural de los seres humanos tendemos a evaluar como mejor las cosas que nos más propias y familiares (tómeselo en Psicología como creencia grupal o por una necesidad de autoimagen positiva del self), por lo que puede perfectamente pensarse que en gran parte detrás de la critica a la posmodernidad es posible encontrar un sentimiento de nostalgia implícito. Nostalgia que no entendemos y a la cual somos inmunes porque para nosotros las ideas constitutivas de la posmodernidad son parte de lo tradicional, de lo que heredamos. Nosotros no vivimos la angustia ante la caída de los metarrelatos y de las grandes ideologías, pues crecimos cuando estas cosas ya estaban muertas, o en términos simbólicos, la caída del muro de Berlín no tiene la connotación de perdida o de triunfo para nosotros puesto que fue una cosa dada de antemano. Lo mismo puede decirse de la transición a la democracia. Por lo tanto es posible señalar que como toda critica, la crítica a nuestra generación tampoco puede plantearse como una critica objetiva en el sentido que necesariamente se hace desde algún lugar (otro discurso) y por lo mismo puede pensarse que lleva implícita la idea de un deber-ser.

Lo que me molesta de las criticas de Domínguez Sánchez (articulo anterior) y la de Pérez Soto hacia nuestra época es el hecho de que no sean capaces de hacer explicito ese deber-ser desde el cual están pensando, porque al no hacer este proceso explicito, al no tener claro hacia donde se quiere llegar probablemente la critica termine abogando por un regreso hacia lo tradicional. Regreso hacia la tradición que en el caso de la modernidad, parece ser ni deseable ni posible.

El respeto por la tradición, por el pasado y la memoria, no debe confundirse con esa nostalgia o con el motivo literario del “todo tiempo pasado fue mejor”, pues creo que la necesidad de no olvidar las condiciones sociales que hicieron insostenible o problemático nuestro pasado nos impone la necesidad de proyectar toda critica hacia “lo nuevo”, hacia lo utópico en ultimo termino. Preguntarnos que clase de deber-ser, que clase de utopía, hace referencia una crítica debe ser el primer paso a la hora de intentar cuestionarla.

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jueves, 5 de abril de 2007

La aspiración estratégica de aglutinar una mayoría*


Una gran aspiración estratégica del ciudadanismo consiste en encontrar propuestas que tengan la virtud de aglutinar una inmensa mayoría social en contra de la minoría de políticos financieros y académicos neoliberales del pensamiento único que orientan la dirección de la globalización. La adopción del pacifismo como principio indiscutible de acción purgó de las asambleas y las manifestaciones a los radicales, pero su objetivo principal era el diálogo con el poder. No querían enfrentarse a nada; no aspiraban a cambiar el mundo sino a participar en su gestión. Con ellos otra gestión capitalista era posible. Lo que pretendían reformar no eran más que los mecanismos de cooptación de la clase dominante. De ahí los determinados discursos ciudadanista de auge reciente en los Foros, como el que postula democratizar la globalización, contribuyen a esta misma operación de reabsorción por la vía de convalidar las exigencias antagonistas en derechos consagrados en alguna suerte de Constitución global. Que la lucha por los servicios públicos contra su mercantilización se resuelva en una Declaración de Derechos en la futura Constitución europea puede parecer un ejercicio de realismo pero es seguro que contribuye a reproducir los mecanismos de delegación y mediación que son la fuente de la aceptación social del dominio capitalista. Se pueden ahorrar los realistas sus tentaciones sarcásticas: lo anterior no implica renuncia alguna al ejercicio de los derechos hasta el límite de sus posibilidades.

La finalidad expresa del ciudadanismo es humanizar el capitalismo, volverlo más justo, proporcionarle de alguna forma un suplemento de alma y en cierto modo de manifestar la sumisión democráticamente. La lucha de clases es sustituida aquí por la participación política de los ciudadanos, que no sólo deben elegir a sus representantes, sino además actuar constantemente para hacer presión sobre ellos, con el fin de que apliquen aquello para lo que fueron elegidos. Naturalmente los ciudadanos no deben en ningún caso sustituir a los poderes públicos. El ciudadanismo se desarrolla como ideología producida necesariamente por una sociedad que no concibe perspectivas de superación [del sistema]. Se trata pues de una servidumbre voluntaria; es la oposición a casi nada (a lo que es más obviamente falso e injusto del capitalismo) y a solicitar “control ciudadano” para todos los extremos crueles del capitalismo.


*Extracto de "Crítica del Ciudadanismo" en Sepiensa.Net

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jueves, 29 de marzo de 2007

Sobre el Día del Joven Combatiente

29 de marzo fecha en la cual se conmemora el día del Joven Combatiente. Probablemente este no difiera mucho de los años anteriores, tal vez sea un poco más violento, pero estoy casi seguro de que los hechos seguirán cierta lógica a la que comenzamos a acostumbrarnos y que le brindan en parte el carácter tradicional a la fecha. Las discusiones, los análisis y los argumentos en pro y en contra, surgidos a partir del sentido de la violencia que matizan las conmemoraciones, tampoco variaran mucho de un año a otro, lo que en parte bien a mostrar lo inútil, o mejor dicho, lo accesorio de este dialogo de sordos. Se puede decir que el tema divide, pero lo cierto es que quienes practican y defienden la violencia constituyen una minoría incluso dentro de los círculos universitarios, hecho que puede deberse tanto al poco apego que tenemos por la violencia (sobretodo aquella instrumental o racional) como al discurso hegemónico y la caricaturización o mas bien dicho demonización que se hace de estos movimientos violentistas.

Personalmente no defiendo ni apoyo los actos de violencia pero de todas formas es posible preguntarse ¿alguien recordaría la muerte de los hermanos Vergara Toledo si no fuese por estos enfrentamientos entre encapuchados y carabineros? Probablemente no muchas personas lo harían y creo que por lo mismo debiésemos al menos reconocerle a los encapuchados que la violencia cumple esa función rememorativa.

Desde mi punto de vista la importancia de ese “no olvidar” no radica en transformar el dolor de las victimas de la dictadura en nuestro, en transformar sus muertes en estandartes de nuestras propias luchas, convertirlos en mártires de determinadas causas y en definitiva en reducir la muerte de los hermanos Vergara en meros iconos que puedan ser estampados en una polera. El dolor de los deudos, de sus familias y de sus amigos, es algo que debemos respetar. El sentido de eso no olvidar radica más bien el reconocimiento de que la democracia que hoy disfrutamos (podrá no gustarnos, pero podemos concederle el hecho de que es bastante mejor a la dictadura de Pinochet) es producto en gran medida al sacrificio y a la muerte de muchas personas cuyas vidas probablemente pasaran al olvido como ha sucedido anteriormente en nuestra historia con la matanza del seguro obrero, de la escuela de Santa María, la Semana Sangrienta, y tantos otros casos de los cuales ni siquiera son mencionados.

El hecho de mantener presentes en nuestra memoria colectiva estos sacrificios es la única garantía que tenemos de no repetir la historia, de no cometer los mismos errores, de sufrir las mismas derrotas, en otras palabras, de no tornar inútil la muerte de dichos hermanos. “No olvidar” es una forma de resistir al discurso oficial (tal vez no sea suficiente, pero si necesaria) de cierta manera también es una forma de continuar oponiéndose a la hegemonía neoliberal en la construcción de historia, memoria e identidad. Por lo menos eso deberíamos reconocerle a los encapuchados, más allá de que estemos o no de acuerdo con la forma.

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miércoles, 7 de marzo de 2007

Cuando uno ve las noticias actuales en la tele, las lee en un diario o en cualquier otro medio de comunicación y luego recuerda las noticias del año pasado, o tal vez de hace un par de años y más aún si uno se esfuerza en tratar de recordar las noticias más añejas guardadas en su memoria posiblemente se encontrara con hechos bastantes similares a los acontecidos en estos días, salvo obviamente por aquellos recuerdos construidos a partir momentos y noticias excepcionales (la detención de pinochet, la toma de la embajada japonesa en lima, la caída de las torres gemelas etc.). Es esa similitud o la repetición constante de ciertos acontecimientos a través de los medios de comunicación va generando de cierto modo y hasta cierto grado la sensación de que las cosas siguen siempre iguales, no por lo que lo sean sino porque las transformaciones son tan lentas que es imposible verlas desde la perspectiva de la cotidianidad.



El asalto, el asesinato de ayer, la incautación de drogas de hoy, las acusaciones cruzadas de la Alianza y la Concertación de antes de ayer, el fútbol del fin de semana, el partido de la selección el próximo mes, los muertos en Palestina, Haití, Somalía, o Irak de esta semana, las lluvias e inundaciones en junio y la mayoría de las “noticias” se constituyen de hechos, de informaciones que mas que comunicarnos alguna “novedad” pareciesen decirnos que las cosas no cambian, que todo esta en su lugar y que todo sucede tal vez no como debiesen pero si como se esperaba.

Entonces es posible decir que el diario, el noticiario por lo general no da cuenta de los cambios producidos en la sociedad puesto que por lo general dichos transformaciones no se suelen encajar en el formato de 24 horas que estos intentan imponer incluso en el caso del “reportaje” la intención no es mostrar algo trascendente a la cotidianeidad sino que se reducen a la simple muestra de aspectos más difíciles de apreciar de esta. Entonces suelo creer que de ordinario la función de estos medios no es dar cuenta de cambios sino la de dar cuenta de la ausencia de estos, función que solo se altera en circunstancias excepcionales como las mencionadas arriba.

Lo paradójico de esta situación es que al mantenernos al tanto de los eventos importantes (criterio de importancia que es bastante cuestionable) de manera cotidiana lo que hace es desinformarnos dejándonos en medio de la desolación de descripciones desnudas, carentes de sentido; donde las razones, los motivos y las consecuencias prácticamente no existen o se reducen en el mejor de los casos a ideas simplistas totalmente descontextualizadas y a lugares comunes que carecen de todo valor explicativo. No se trata de ver que diario o que canal manipula o distorsiona más la verdad (que a esta altura no deja de ser un hipótesis), puesto que es el formato no esta pensado para que los receptores comprendan lo sucedido, su función se inserta dentro de los limites de la cotidianidad por lo tanto es imposible trascenderla, verla desde otro perspectiva que no sea la del hoy, la del mañana o la de unos pocos días delante.

No se si eso basta para justificar el hecho de que no veo las noticias (por lo menos no cuando depende de mi) y que haya dejado de leer los diarios, pero creo que explica mi tedio ante la repetición constante de hechos que parecen ser siempre los mismos.

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lunes, 19 de febrero de 2007

Manifiesto de Profesores por el conocimiento

¿QUÉ EDUCACIÓN SUPERIOR EUROPEA?*
MANIFIESTO DE PROFESORES E INVESTIGADORES UNIVERSITARIOS

Los abajo firmantes, catedráticos, profesores titulares, profesores contratados, investigadores y becarios de investigación de diversas universidades de la Unión Europea, en tanto que responsables ante la sociedad de diferentes campos de conocimiento (si bien a título personal y no en representación de nuestras respectivas instituciones), deseamos manifestar públicamente nuestra preocupación ante la orientación que el proceso de construcción de un Espacio Europeo de Educación Superior está adoptando en lo que a las reformas de las estructuras educativas se refiere, así como a la noción misma de universidad y de su papel en la educación superior. Conscientes como los que más de la necesidad de transformaciones profundas que contribuyan a su mejora, no por ello dejamos de advertir la necesidad de un debate público en el que puedan someterse a crítica algunos aspectos de especial relevancia.

Nos preocupa que las transformaciones de la universidad se planeen sin el indispensable debate público o que en este debate las numerosas voces que han de intervenir en él no dejen escuchar las opiniones de profesores y estudiantes universitarios.

Nos preocupa que, so pretexto de que la universidad debe estar al servicio de la sociedad, lo que nadie niega, proliferen las agencias e instituciones extrauniversitarias, que dominadas por el poder político de turno o por poderosos grupos de presión dirijan la política intrauniversitaria.


Nos preocupa que, con el argumento de que la universidad debe atender a las demandas sociales, haciendo una interpretación claramente reduccionista de qué sea la sociedad, en realidad se ponga a la universidad al exclusivo servicio de la empresas y se atienda únicamente a la formación de los profesionales solicitados por éstas.

Nos preocupa que de manera expresa se menosprecien otro tipo de demandas sociales de no menor importancia, desligadas de intereses mercantiles y directamente relacionadas con objetivos perseguidos por una parte del alumnado universitario como son la adquisición de una sólida formación teórica en una determinada especialidad científica o humanística, o el cultivo de muy diversas artes y saberes, todo lo cual constituye una parte del patrimonio cultural europeo digno de ser preservado y transmitido.


Nos preocupa que los cambios no sean respetuosos con la idiosincrasia de cada uno de los estudios universitarios y se aplique un modelo único para todas las titulaciones en el que domine casi por completo la profesionalización en el marco de una concepción claramente utilitarista del conocimiento. En particular nos preocupa que los criterios de la llamada “evaluación de la calidad” se conviertan en rígidos moldes que pongan fin a la necesaria diversidad de los estudios universitarios.

Nos preocupa que, anegados en la denominada por algunos “cultura de la calidad”, termine gestionándose la universidad al modo de una empresa, lo que de hecho implica concebirla como un negocio del sector de servicios, al tiempo que el conocimiento se convierte en una mercancía y los alumnos en clientes.

Nos preocupa que ciertos “expertos” en educación universitaria hayan convenido que la adaptación de los estudiantes al mercado de trabajo sea la única finalidad de la formación universitaria y deba traducirse en la adquisición de “habilidades, destrezas y competencias”, lo que de hecho supone un vaciamiento de contenidos enmascarado en un nuevo lenguaje de origen extra-académico. Muy especialmente nos preocupa que nuestras autoridades académicas hayan comenzado a hablar de la adquisición de conocimiento como el “elemento limitante”, a modo de un viejo traje del que cuanto antes convendría despojarse.

Nos preocupa que entre los no explicitados objetivos del nuevo auge que estos supuestos “expertos” en educación han decidido conceder a las mencionadas competencias, habilidades y destrezas en detrimento de los conocimientos propios de cada disciplina, figure, al menos en el caso específicamente español, el deseo de abordar por la puerta falsa el problema del fracaso escolar de los estudiantes derivado a su vez de la inadecuada formación con la que acceden a la universidad y que ha llevado a muchas facultades a tener que crear grupos cero con el fin de paliar dicho problema.

Nos preocupa que, en este contexto y bajo el lema "de la enseñanza al aprendizaje", la necesidad de reflexión pedagógica, imprescindible para la mejora de la enseñanza universitaria, se convierta en el pretexto para otorgar a una particular disciplina académica, la psicopedagogía, la función de marcar la pauta en las demás. Y que semejante transformación no desemboque en otra cosa que en un aumento desmesurado del trabajo burocrático del profesor (programación, temporalización, fichas, guías docentes), que merme sus energías sin aumentar la calidad de su docencia. A la vista de lo sucedido con la enseñanza secundaria, en el caso español esto resulta especialmente alarmante.

Nos preocupa que caminemos hacia una Universidad cuyo profesorado no va a ser valorado fundamentalmente por sus méritos docentes e investigadores, sino por su capacidad de adaptación a las nuevas tecnologías de información y comunicación (TIC) y a la pedagogía del “aprender a aprender”, y por tanto a una Universidad definida por la menor exigencia de cualificación de sus investigadores y docentes (lo que, desde luego, permite abaratar sus costes).Nos preocupa que no se afronte la reforma universitaria con un estudio serio de las necesidades económicas (posible aumento de plantilla, remodelación de edificios, nuevos equipamientos), sin lo cual está condenada al fracaso. Ello, a su vez, se relaciona con la pretensión de que la actual reforma educativa se lleve a cabo sin una financiación estatal incrementada (“coste cero”).

Nos preocupa más específicamente que los vientos políticos corran en la dirección de reducir el peso económico del sector estatal en la educación, así como de condicionar la financiación pública a la previa obtención de financiación privada (eufemísticamente denominada “externa”), hasta el punto de llegar a convertir esta exigencia en un sorprendente requisito de calidad (tal y como ha sucedido con las menciones de calidad de los programas de doctorado). Así, como resultado de un nuevo sistema de financiación universitaria, nos preocupa que las universidades se vean abocadas a concebir su propia labor como la exclusiva producción de aquellas mercancías por las que las empresas estén dispuestas a pagar.

Nos preocupa que se acentúen las diferencias sociales en el acceso a la educación superior: tememos sobre todo que, en la mayoría de las universidades, los títulos de grado acabarán significando tan sólo un mero “pase” al mundo laboral, mientras que los títulos de posgrado, los que verdaderamente van a introducir la diferencia en punto a la cualificación, se convierten en un negocio.

Nos preocupa que la formación continua y la flexibilidad curricular de profesores y alumnos, propiciadas por la reforma, constituyan la ocasión y la excusa para una educación superior menos cualificada en la que, de hecho, se contribuya a formar futuros asalariados en peores condiciones laborales y sometidos a la extrema movilidad por territorio europeo que exijan los empleadores.

Nos preocupa, en fin, que la comunidad universitaria no exija ser escuchada, optando por el “sálvese quien pueda” o, como denuncia la Universidad de París 8, por el “cada uno para sí y el mercado para todos”. Lo que está en juego es el futuro de la educación superior en el seno del Estado Social de Derecho.





Madrid, marzo 2005




*Extraido de Asamblea Contra la Mercantilización de la Educación:

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lunes, 5 de febrero de 2007

No lo escriba, dígalo

Muchas veces me he preguntado porque la gente tiene la necesidad de escribir en blogs sobre sus sentimientos, sus miedos, sus ansiedades y sobre todo aquello que constituye una esfera privada e intima. Creo que por una cosa inherente a nuestra precariedad existencial (no quiero que se interprete esta con un valor negativo, sino que al contrario dicha propiedad hace que nuestras vidas sean interesante), necesitamos compartir dicha esfera con otras personas, no solo por el hecho de buscar apoyo y comprensión en otro sino que además por que a través de dicho acto puede hacerse entendible y transparente a uno mismo dicha intimidad.

¿Por qué? y ¿Para qué?... sinceramente no tengo idea, tal vez no haya una sola respuesta y probablemente cada una de ellas sea insuficiente (incluso si las sumásemos todas nos quedaría la misma insuficiencia), así que dejaré por mientras esos temas pendientes, a pesar de lo interesante que puedan parecer.

El punto que quiero rescatar es el hecho de que se utilice el blog (o afines) para este tipo de expresiones. Primero dejando de lado lo que siempre se suele criticar, de forma fácil y a ratos burda, es decir, el relativo anonimato que se puede dar en estas instancias “virtuales”, porque creo que en este sentido, dicho anonimato no es mayor que el existente a diario en todos los lugares públicos… en las calles las personas también suelen ser anónimas.

A un blog se le puede dar muchos usos, pueden resultar cosas interesentes si se les sabe ocupar (tampoco estoy diciendo que yo lo sepa), pueden ser herramientas de difusión, pueden ser medios para expresar y criticar ideas, constituir un lugar para compartir visiones de mundo, etc. Pero al momento de escribir acerca de emociones y sobre sentimientos, de dejar fluir la corriente de conciencia sobre el teclado, se les está dando un uso que me parece inapropiado, no por el hecho de que compartir con otros estas cosas sea incorrecto, sino porque se utiliza un medio que es insuficiente para cumplir dicha función.

Para aclarar esto, deberíamos realizar una comparación entre la comunicación cara a cara y aquella que se da pantalla a pantalla. La diferencia más obvia es que este ultimo tipo de comunicación carece de todos los elementos no verbales (gestos, enunciación, cadencia, etc.) que brindan una comprensión mucho más viva y compleja del discurso y por lo mismo este puede ser fácilmente distorsionado en su sentido al momento de ser interpretado por un otro. ¿Pero no sucede lo mismo con la literatura? ¿Las dificultades de la comunicación “virtual” no son las mismas de toda comunicación escrita? La literatura en muchas ocasiones es capaz de superar dichos obstáculos al tratar el tema de la emocionalidad, a pesar de que la mayoría de las veces no logre sus propósitos y se limite solo a la reiteración de lugares y efectos comunes (cosa de las cuales se abusa en los blogs). Entonces ¿es posible esperar que algunos (y sólo algunos) blogs den cuenta genuina y auténticamente de alguna emoción, de la misma manera que algunas (y sola algunas) obras literarias lo hacen? ¿y esta posibilidad no redime al resto de blogs que lo intentasen de la misma manera que la mala literatura se redime en una obra maestra (independiente del criterio que se usa para calificar de maestra a una obra)? Esto me lleva a pensar que no se puede reducir la crítica propuesta solo a las dificultades que presenta la expresión escrita en comparación con la oral que se da de manera cotidiana, ya que dichos obstáculos pueden ser superados a través de una buena técnica narrativa.

En este punto parece ser necesario distinguir entre la literatura propiamente tal y la corriente de conciencia de un blog, a pesar de que más tarde tengamos que reconocerle a la palabrería de moda que dicha distinción se realice de acuerdo a criterios arbitrarios y relativos, y que en ultima instancia los limites suelen ser siempre difusos. Esta diferencia radica a mi parecer en la intención que tiene cada una de estas actividades: en la literatura el fin principal es crear mientras que en el blog es la de comunicar aunque esto no quiere decir que la literatura no implique una comunicación y el blog una creación. En otras palabras en la literatura se asume la ficción de lo narrado, se asume que las emociones evocadas son creadas en el mensaje mismo y que estas no tienen necesariamente un correlato en el mundo fáctico, en el blog en cambio, lo que se busca es plasmar la propia emocionalidad en el texto y que este permita reproducción fidedigna de los sentimientos del autor para un lector. Por ejemplo, por muy poética (o patética) que sea una carta de amor, por muy logrados que estén cada uno de sus versos, esta no puede ser considerada literatura puesto que su fin no es la creación o expresión en sí como sucede en la poesía propiamente tal, sino que el fin de dicha carta es decir algo a otra persona (demostrar afecto, pedir perdón, despedirse, etc.). Lo mismo de puede decir de un blog cuando no se asume explícitamente la intención hacer ficción.

Pero a diferencia de una carta o de una conversación, al querer comunicar algo en un blog queda indeterminado el para quien de dicho mensaje. Es esa indeterminación del destinatario la que me hace pensar que un blog es insuficiente a la hora de querer escribir sobre sentimientos.

A esta idea se le pueden realizar al menos un par de críticas. La primera de ellas se elaboraría al señalar que en un intercambio de ideas o de opiniones de cualquier otra índole (como lo que UD está leyendo en este momento) pueden constituirse en formas de comunicación sin necesidad de determinar específicamente al receptor de dicho mensaje. ¿Por qué no sucede esto mismo con la expresión de sentimientos? Para poder esto habría que remitirnos a la distinción entre lo privado y lo público. El limite publico/privado también puede considerarse relativo y gradual, pero sea como sea que se los quiera diferenciar lo publico implica siempre el conocimiento y el dominio de una gran cantidad de personas o al menos su posibilidad de ser conocido y dominado por cualquier persona, mientras que lo privado es de acceso limitado, restringido a un pequeño grupo de personas. Por ejemplo, una calle pertenece al ámbito público puesto que es conocido o puede ser conocido por cualquier persona y en ese sentido es un algo que se muestra ante todos, mientras que el interior de una casa, un dormitorio por ejemplo, pertenece al ámbito de lo privado, puesto que su misma estructura tiene la función de ocultar (en el sentido de no mostrar) algo, ocultamiento que no es absoluto en el momento de que existe un grupo de personas con acceso a su contemplación. ¿Qué pasaría si colocase mi cama, a dostovieski, mi velador, mi cómoda y todas las demás cosas de mi pieza en la calle o en el jardín o en cualquier otro lugar en que pueda ser visto por cualquier persona que se le ocurra ir mirar? ¿Sería la misma habitación tanto en un espacio público como en uno privado o serían dos cosas distintas aunque conserven en parte cierta similitud? ¿Al extirpar algo desde la esfera privada y colocarlo en el mundo publico existe irremediablemente cierto grado de distorsión de ese algo?...Aunque el cambio sea mínimo, aunque cambio solo su estatuto de privacidad, la cosa publicada jamás equivale a la cosa privada. Posible conclusión: Lo privado nunca se muestra tal cual es en lo publico.
Aunque pueda concebirse la expresión sentimientos en la esfera publica, puesto que estos siempre están expresando durante nuestra vida cotidiana su comprensión siempre requiere o remite a una esfera intima. Por ejemplo todos podemos darnos cuenta de que alguien está triste, pero al buscar las razones de esa tristeza hay que ir más allá de lo meramente público, puesto que las relaciones contextuales que le dan sentido a dicha expresión emotiva se encuentran en un lugar esencialmente privado: la caja negra de Skinner.

Segundo, se puede señalar que la intención de quien escribe en un blog no es la de comunicar, sino la de simplemente expresar. Expresar nos permite en ese sentido y como ya había señalado nos permite a nosotros mismos comprender esa esfera emocional. Pero no hay una diferencia entre escribir algo y publicarlo, entonces cuando se argumenta que la razón detrás de la publicación de un blog es solo de la expresar, se esta explicando solo el motivo que llevo a dicha persona a escribir sobre eso, pero no se tocan las razones por lo cual esto se publica.


A pesar de que una comprensión adecuada de los sentimientos de otro (y tal vez la de los propios) sea imposible de lograr se puede señalar que la aproximación más apropiada a dicho entendimiento es la comunicación más directa posible. Decir las cosas es preferible a escribirlas, no solo porque la comunicación se enriquece con los elementos extraverbales sino también por el hecho de que en el dialogo la interacción es fluida o dinámica (no estoy seguro si es la palabra adecuada pero con esto quiero decir, que el dialogo permite de mejor manera intercambiar los roles receptor/emisor), lo que permite la incorporación del otro en el proceso de elaboración del mensaje mismo, en otras palabras no solo hay un hacer publico un algo privado, también existe la posibilidad del enriquecimiento de lo privado a partir de lo publico, dualidad que no puede darse en un blog debido a que en este ultimo ni siquiera se determina el para quien del mensaje.

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viernes, 19 de enero de 2007

Sobre el Trabajo y el Tiempo

Definitivamente mi experiencia laboral va de mal en peor. Por lo menos, a mi me queda el consuelo que todo esto termina en un par de meses, pero para la mayoría de mis compañeros su vida está inevitablemente ligada a este tipo de empleos y a este tipo de empresas.

Aunque suene cliché, hay una distancia enorme entre la teoría y la práctica, y es distinto vivir la explotación que analizarla sobre un pedazo de papel (o la pantalla de un PC) desde la ociosidad del izquierdismo intelectual. A lo que me refiero principalmente es la facilidad con que se le critica a las clases dominadas su falta de compromiso por cambiar las circunstancias sociales que podría llamarse falsa conciencia pero que en realidad sería más apropiado denominar “inconsciencia”. En estos últimos días solo he llegado a mi casa a comer y a dormir, creo que si pasara el resto de mi existencia en un trabajo así difícilmente podría dedicar lo poco de vida que me quedaría a pensar en como poder llevar a cabo cambios sociales profundos.

Tampoco, es la idea que cierto grupo ya sea un movimiento, un partido o lo que se quisiese intente vender una solución prefabricada a las personas, o que la ciudadanía se limite a elegir entre un pequeño puñado de propuestas políticas, tal como ocurre en nuestra democracia, cual representa mejor sus intereses. No, por muy buenas intenciones que tengan estas otras personas, la solución debe venir desde abajo, desde quienes sufren a diario las consecuencias del capitalismo. El rol de los intelectuales, pensadores, políticos que de verdad estén interesados en generar cambios reales y profundos en las condiciones sociales y no una simple transformación en la forma en que se realiza la explotación, debe ser el de crear y asegurar las condiciones para que sean los propios trabajadores los que impulsen y realicen dichos cambios. El resto es solo masturbación mental, es pretender volar cuando ni siquiera se ha a aprendido a caminar.

Por esto mismo creo que el fracaso que han tenido los grandes movimientos populares, se debe principalmente a esta distancia entre aquellos que piensan la solución y aquellos que sufren el problema, que da como resultado una falta de compromiso no solo con los cambios sociales tangibles sino con una nueva forma de pensar a las personas y la sociedad que implicaría dicho cambio.

Lo que quiero señalar con toda esta divagación anterior y este repaso de algunos lugares comunes, es que más allá de la miseria material generada por el capitalismo, existe una usurpación de un bien de igual o incluso de mayor importancia que es le negado al trabajador promedio. Este bien es el tiempo (libre). Quizás su carencia no es tan llamativa o apremiante como la carencia de alimentos, de vivienda y/o de cualquier otro bien de primera necesidad, pero su perdida puede ser considerada aún mas terrible si es que pensamos que nuestra existencia es fundamentalmente tiempo que se consume durante el transcurso de nuestra vida. Nuestras posibilidades de ser se juegan en eso que llamamos tiempo y la usurpación de este bien sería por tanto no solo una usurpación del ser que es, sino del que pudo haber sido, usurpación que para ser claros debemos llamar esclavitud. Como decía un antiguo profesor, el dinero solo nos da la ilusión de ser libres.

Si se le niega el tiempo para sí al trabajador, también se le niega la posibilidad de ser para si mismo, por eso no es de extrañar la falta de compromiso e interés por los problemas sociales que le atañen directamente. Con esto creo que no he dicho nada nuevo, pero creo que nunca esta demás volver a recordarlo.

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lunes, 1 de enero de 2007

When I'm there

La mayoría de las personas estará de acuerdo en decir que siempre es mejor enfrentar un problema en vez de evadirlo o simplemente ocultarlo. Esa es la esencia del psicoanálisis (de manera burda, obviamente) y de muchas de las ideas que circulan por los más diversos campos de nuestra cultura.

Confrontarse a un problema cuando este se encuentra relativamente definido puede resultar bastante simple, sin embargo, como humanos rara vez nos enfrentamos a ese tipo de dificultades. La mayoría de las veces uno no sabe claramente cual es el problema, las cuestiones importantes por lo general se nos presentan confusamente y en ese sentido resulta imposible determinar muchas veces la forma en que debemos diferenciar una fuga, de una solución. Por ejemplo, muchas veces se señala que las adicciones a las drogas y alcohol son formas de evadir alguna situación problemática pero no se considera como una evasión si la misma persona ante una situación similar se hubiese concentrado en el su trabajo, en algún deporte o cualquier otro pasatiempo. Si ante un problema familiar, le dedicase más tiempo a mis amigos, a estudiar, a escribir en un blog, a ver tele, etc., sin que necesariamente me involucre obsesivamente con alguna de estas actividades dudo que alguien me criticase con la misma fuerza si acaso me evadiera con un “cuba libre”. El punto que quiero señalar es que existen formas de evasión socialmente aceptables, que pueden considerarse incluso como posibles soluciones a determinados problemas.

Podríamos llevar la crítica contra la “evasión” a un punto tal que podríamos considerar que toda forma de diversión en parte constituiría una forma de fuga. Tal vez podría ser cierto, aunque nadie le gustase admitirlo. Sin embargo, tal idea llevaría implícita una visión utilitarista del hombre, es decir, el hombre existe “para algo” y en ese sentido todo lo que lo aleje de esa algo no solo podría ser considerado como una fuga sino que también enajenante de su condición humana. Ese algo para la izquierda es la revolución, para la los cristianos la salvación o simplemente ese algo puede ser ocupado por cualquier tipo de objetivo de vida o meta personal que una persona pueda proponerse.

Por otra parte si el mismo argumento lo radicalizamos en dirección opuesta y descartemos toda tipo de objeción a ciertas formas de diversión tendríamos que colocar por ejemplo en un mismo nivel el libro de la Geisha y otro de Cortazar. Aunque es posible considerar a ambas obras como formas de evasión y además decir que ambas son socialmente aceptables, sería injusto colocarlas en un mismo nivel. Hay una diferencia aunque no esta no me resulte poco clara, de la misma manera que existe una diferencia entre una carcajada y una sonrisa.

Creo que hay cosas que hacemos meramente por huir y otras que en realidad necesitamos sentir, pero definitivamente aún no entiendo en que radica la diferencia. Probablemente dependa de cada uno, del contexto y de la realidad de la cual estemos escapando y por tanto antes ocupar ligeramente el concepto de enajenación deberíamos preguntarnos cual es la concepción implícita del hombre que conlleva dicha palabrita. Por ultimo es interesante recordar que en la medida de que no somos seres humanos y como tales es imposible pensar en un estado de felicidad absoluta o en una vida perfecta, siempre existirá la necesidad de huir o de distorsionar la realidad en algún grado. Todos necesitamos un lugar donde no pensar.

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